Cuando Camila cruzó la puerta de mi consulta, su postura firme y su ropa deportiva dejaban claro que era una mujer disciplinada. Se notaba que cuidaba su cuerpo y su salud, pero apenas se sentó, noté en su expresión una mezcla de incomodidad y duda.
—No sé si esto es una tontería —me dijo, casi en un susurro—, pero hay algo de mi cuerpo que siempre me ha incomodado y no importa cuánto entrene, no cambia.
Curiosa, le pedí que me contara más.
—Mis Hip Dips. Sé que son normales, que es mi estructura ósea, pero no me gusta cómo se ven. Me esfuerzo muchísimo en mi entrenamiento, pero siento que mi cuerpo no refleja todo ese trabajo.
Camila no era la primera paciente en mencionarlo. Las Hip Dips, esas hendiduras naturales en las caderas, han sido tema de conversación en los últimos años gracias a las redes sociales. Aunque son completamente normales, muchas mujeres sienten que no encajan en el ideal de una figura curvilínea.
Le expliqué con calma que las Hip Dips no son un defecto, sino una característica estructural del cuerpo. Pero también entendía su deseo de hacer un pequeño ajuste para sentirse mejor consigo misma.
—¿Hay algo que pueda hacer? —preguntó con esperanza.
El paso a la decisión
Le hablé sobre las opciones, desde ejercicios hasta procedimientos médicos. Al escuchar sobre el ácido hialurónico, sus ojos brillaron con interés.
—¿No es cirugía, verdad?
Le expliqué que no. Este procedimiento consiste en aplicar un gel denso en la zona de las hendiduras para suavizarlas y dar una transición más armoniosa a la cadera. No implicaba postoperatorio ni largas recuperaciones.
Camila se tomó unos días para pensarlo. Cuando volvió a la consulta, ya había tomado una decisión.
—Vamos a hacerlo —dijo con una sonrisa—. Me gusta la idea de un cambio sutil, algo natural que me ayude a sentirme mejor con mi cuerpo.
El cambio y la nueva confianza
El procedimiento fue rápido y sin complicaciones. Cuando Camila se vio en el espejo después de la aplicación, noté su sorpresa y emoción.
—¡Es justo lo que quería! —exclamó, mirándose desde diferentes ángulos.
En las semanas siguientes, me escribió contándome cómo se sentía. Seguía entrenando con la misma disciplina, pero ahora con más confianza en su imagen.
—No fue un cambio radical —me dijo en una de sus visitas de seguimiento—, pero sí fue el empujón que necesitaba para sentirme completamente cómoda con mi cuerpo.
Camila no cambió quién era, ni su amor por el deporte. Solo ajustó algo que, aunque pequeño, le devolvió seguridad y bienestar.
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